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Álvaro de la Torre Araus
Granada
Lunes, 12 de mayo 2025, 16:12
Este sábado, el Papa León XIV realizó su primera salida oficial desde su elección como jefe de la Iglesia Católica, dirigiéndose al santuario agustino de la Virgen del Buen Consejo en Genazzano, cerca de Roma. A su llegada, fue recibido con aplausos y una calidez que reflejaba la devoción de los cientos de personas que se congregaron para presenciar este significativo evento. La visita, marcada como «privada» por la oficina de prensa de la Santa Sede, no solo fue un acto protocolar, sino un regreso a las raíces de la espiritualidad agustiniana que ha perdurado a lo largo de los siglos.
El santuario, regentado por la Orden de San Agustín, alberga en su interior una venerada imagen de la Virgen del Buen Consejo, símbolo de esperanza y guía para sus fieles y devotos. Esta advocación mariana ha sido un faro espiritual que ha iluminado el camino de muchos, entre ellos el Papa León XIII, quien la elevó a la categoría de Basílica Menor en 1903. Este gesto no solo subrayó la importancia del lugar, sino que también introdujo a la Virgen en la letanía del rosario, marcando su huella en la historia católica.
Desde hace más de un siglo, en Monachil, el convento-seminario Nuestra Señora del Buen Consejo de los Padres Agustinos Recoletos se erige como un oasis de paz y meditación. En su altar mayor, una hermosa pintura de la Virgen del Buen Consejo recuerda a los fieles la esencia de la devoción agustiniana. Es aquí donde además la figura de Santa Rita, conocida como la abogada de los imposibles, resplandece entre los rezos y las esperanzas de aquellos que buscan alivio y fortaleza. El aroma del incienso se entrelaza con el olor a papel y tinta de la imprenta que difunde sus virtudes, creando un ambiente lleno de espiritualidad. Emociona la perenne presencia de ofrendas con velas ante la figura de la Santa en el patio del centro religioso. Todos los domingos después de la Eucaristía de las 19:30h tiene lugar el rezo de las vísperas cantadas frente a Jesús Sacramentado.
Durante la década de los 90, el Padre Marcelino Álvarez dejó una huella imborrable en este convento, reuniendo a más de 500 niños en campamentos y colonias. Su labor educativa y pastoral permitió que la fe floreciera en la juventud granadina, sembrando semillas de esperanza y caridad en la comunidad. Marcelino no solo guió a los seminaristas y teólogos, sino que también se convirtió en un símbolo de entusiasmo religioso, siempre encontrando tiempo para rendir homenaje a la Virgen del Buen Consejo, tan querida por los miembros de la orden y los miles de alumnos que han pasado por el Colegio de los Agustinos Recoletos.
La devoción por la Madre del Buen Consejo trasciende fronteras geográficas y culturales. Se asocia no solo con Genazzano, sino también con Scútari, en Albania, un lugar donde la imagen de la Virgen, conocida como Señora de los Albaneses, abandonó su templo durante la invasión turca. Esta narrativa de salvación y esperanza resuena en los corazones de los devotos, quienes creen firmemente que la intercesión de la Virgen puede llevar a los creyentes hacia caminos de luz y redención. La llegada del fresco a Genazzano en el siglo XV marcó el inicio de una tradición de peregrinaciones que continúa hasta el día de hoy, con fieles que recorren largas distancias en busca de milagros y gracias.
La historia de la orden agustiniana en Genazzano se remonta al siglo XIII, cuando los frailes fueron llamados para dirigir la iglesia parroquial y restaurar el antiguo templo. Con la generosidad de Petruccia de Genazzano y el esfuerzo del pueblo, el convento comenzó a cobrar vida y a transformarse en un centro de espiritualidad. La aparición milagrosa de la Virgen en 1467 selló el destino del lugar, convirtiéndolo en un sitio de culto y adoración donde muchas almas encontrarían consuelo y respuesta a sus plegarias.
El legado de esta devoción perdura en cada rincón del santuario, donde la figura de la Virgen del Buen Consejo inspira a generaciones de fieles. San Agustín enfatiza la grandeza de María, destacando que su verdadero valor radica en ser discípula de Cristo. Esta comprensión profunda del rol de María resuena con aquellos que buscan en ella un modelo de fe y dedicación, recordando que la grandeza de su maternidad es también una invitación a acoger a Cristo en el corazón.
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