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Era 10 de diciembre. Darío estaba en su habitación, sentado en el escritorio jugando con sus amigos en el ordenador, como de costumbre. Su madre, Natalia, entró a darle las buenas noches. Le pidió que no hiciera ruido. Era ya la una y media de la madrugada y al día siguiente, empezaba a entrenarse. Y se acostó. Pero pasados unos minutos, escuchó varios golpes, como si estuviera abriendo y cerrando cajones. Un teléfono chocó contra el suelo. Y oyó su respiración. Fuerte, extraña. Automáticamente, se levantó de la cama y fue a ver qué estaba pasando. Su hijo, de 22 años, se había desvanecido.
Ricardo García
Padre de Darío
«¡El niño! ¡El niño!», gritó desesperada. Le dio puñetazos en el pecho, le sacudió la cara, pero no respondía. Su marido, Ricardo, que se había quedado viendo una película en el salón, fue corriendo a la habitación. Por instinto, se lanzó al suelo, le levantó el mentón y empezó a realizarle el masaje cardiaco. Llamaron al 112. La hija pequeña, de 19 años, sostuvo el teléfono mientras su padre seguía las indicaciones del centro coordinador de emergencias. «Lo había visto en las películas, pero no tenía ni idea de qué hacer. Me guiaron con el pulso hasta que la ambulancia consiguió llegar», relata.
La llamada duró 17 minutos. Al otro lado, estuvo en todo momento María Angustias Sáez, gestora del 061. «Lo primero es localizar lo que ocurre. Fue un poco difícil porque ellos, lógicamente, estaban súper nerviosos, pero fueron muy colaboradores. Siguieron todas nuestras instrucciones. Nos decían que no respiraba, luego que sí... Cuando tuvimos una duda razonable, arrancamos con las maniobras de reanimación», explica. En mitad de ese caos telefónico, apareció la ambulancia. La familia García Muñoz vive en el centro de Ogíjares, las calles son estrechas. Fue «un poco difícil»llegar.
Carlos Ángel García
Médico de emergencias del 061
El médico de emergencias del 061 Carlos Ángel García se ocupó de Darío. «Lo monitorizamos y vi un ritmo flojo síntoma de parada. Le di una descarga para revertir la arritmia. Empezó a recuperar pulso, pero vomitó. Tuve que aspirarlo y lo intubé para ponerle ventilación mecánica porque al no tener consciencia él no podía proteger los pulmones», relata. Cuando logró estabilizarlo, partieron hacia el hospital Clínico San Cecilio, en el PTS. En la UCI estaban todos avisados. Nada más llegar, le hicieron un electrocardiograma.
El equipo de médicos intensivistas recuerda que el joven llegó en síndrome postparada, «muy bien reanimado». Les preocupaba que se hubiera producido algún daño neurológico, que, «por desgracia, suele ser bastante habitual». Pero no se pudo hacer la valoración habitual en las primeras 72 horas. Pilló una neumonía «muy severa» y durante una semana y media fue «imposible despertarlo».
Brian Vico
Enfermero de UCI en el hospital Clínico San Cecilio
«No sabíamos qué decirle a la familia. O no evolucionaba o iba a peor. Había que tomar decisiones muy rápidas, hacer muchas pruebas, y la incertidumbre era enorme. Pero salió adelante. Sin duda, hay que fomentar la formación de soporte vital básico porque lo que hizo el padre en este caso fue crucial», apunta uno de los enfermeros, Brian Vico.
Llegó Nochebuena y, por mucho que bajaran la sedación, Darío seguía sin responder. «Fueron las peores navidades de mi vida», jura la madre mientras se le escapan dos lágrimas. A su marido, que la abraza con firmeza, le brillan los ojos. Su fortaleza es indescriptible. Ver a un hijo tan cerca de la muerte tan joven... «no se lo deseo a nadie», insiste. Afortunadamente, el 26 de diciembre, el chico despertó. No sabía dónde estaba ni qué había pasado, pero estaba bien. Su último recuerdo era en su habitación jugando en el ordenador.
«Yo preguntaba mucho. Por los efectos de la sedación veía cosas. Poco a poco me lo fueron contando. Me pareció todo muy extraño porque soy entrenador personal, siempre he sido deportista, una persona sana», señala el protagonista. Pero su diagnóstico es claro: una muerte súbita recuperada. La causa más frecuente es una cardiopatía, en su caso con componente hereditario, según su cardióloga, Susana Martínez, que decidió implantarle un desfibrilador. Oculto bajo la axila izquierda, registra el ritmo cardiaco y en caso de arritmia, suelta una descarga. «Hay que evitar que vuelva a sufrir un evento que ponga en riesgo su vida».
El joven de 22 años estuvo 39 días ingresado en el Clínico San Cecilio. Cuando le dieron el alta, lo primero que hizo fue salir a que le diera el aire. «Necesitaba respirar después de tanto tiempo encerrado». Sus padres, «eternamente agradecidos» a los profesionales. Ahora, Darío tiene dos cumpleaños. Poco a poco, ha retomado su rutina, incluso empezado a trabajar, recomendado por la enfermera María Benavides, en un centro deportivo de Churriana de la Vega. Sigue haciendo deporte, pero ahora también intenta salir más a la calle, con los amigos, y pasar menos horas frente a las pantallas.
«Esto me ha cambiado la perspectiva de la vida. Si antes vivía, ahora vivo el doble».
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