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L.A.
Crónica negra

Un recién nacido con 53 cuchilladas arrojado a un contenedor de basura

Silvia Acebal, una gijonesa de 30 años, con novio estable y una vida aparentemente normal, ocultó a todo su entorno su embarazo, alumbró sola en casa y mató brutalmente al niño para luego tirarlo como un despojo. Una compleja investigación de la UDEV dio al traste con sus planes psicopáticos

Olaya Suárez

Gijón

Sábado, 5 de julio 2025, 07:32

Cuando la madrugada del 2 de agosto de 2019 un hombre que escudriñaba en los contenedores localizó a un recién nacido cosido a cuchilladas dentro de una mochila, la ciudadanía, conmocionada, buscaba al responsable en los márgenes de la sociedad. En el imaginario colectivo se trataba de una culpable o culpables sin arraigo. Se representaba de pensamiento como un monstruo evidente. Alguien que nada más verle ya tuviera apariencia de ser capaz de cometer algo semejante. Pero nada más lejos de la realidad… El mal, como muchas otras veces, vivía camuflado en la más anodina normalidad. Integrado en cotidianidad.

En Gijón, una de las ciudades de España con menor índice de criminalidad, el crimen del bebé supuso una auténtica sacudida. No solo se trataba del asesinato de un ser completamente indefenso. El pequeño había sido arrojado a un contenedor como si fuera basura… Esa misma madrugada se puso en marcha toda la maquinaria policial en la que se acabaría convirtiendo en unas de las investigaciones más complejas a las que se ha enfrentado la Unidad de Delincuencia Especializada y Violenta (UDEV) de la Comisaría gijonesa.

Velas y peluches junto al contenedor en el que apareció el bebé. Paloma Ucha

Uno de los primeros pasos que se dieron fue alertar a los centros hospitalarios de Asturias y de las provincias limítrofes por si en las horas previas o los días siguientes alguna mujer se personaba en los servicios de urgencias con síntomas compatibles de haber pasado por un parto reciente, como hemorragias o infecciones. Se revisaron las cámaras de seguridad del barrio residencial de Nuevo Roces y se realizaron numerosas entrevistas con vecinos y comerciantes. Nadie había visto nada. Y todos coincidían en apuntar en una dirección: la madre no podía ser del barrio. Nadie se imaginaba a ninguna vecina cometiendo un hecho de tal crueldad y mucho menos tirando el cadáver allí mismo.

De forma paralela, la autopsia practicada al pequeño cuerpo revelaba los primeros datos: se trataba de un niño que había nacido vivo, al término del embarazo, sano y que había pesado 2,650 kilos. Presentaba 53 puñaladas, repartidas por todo el cuerpo, realizadas con un cuchillo grande. Tenía afectados prácticamente todos los órganos internos. El examen forense revelaba una violencia inusitada.

La mochila y las bolsas de basura en las que estaba el bebé fueron analizadas minuciosamente por la Brigada de la Policía Científica. Esas pruebas acabarían por convertirse en cruciales. Los restos de ADN hallados no estaban recogidos en las bases del Ministerio de Interior. Se trataba de una persona sin antecedentes por delitos de gravedad.

Presentaba 53 puñaladas, repartidas por todo el cuerpo, realizadas con un cuchillo grande. Tenía afectados los órganos internos. El examen forense revelaba una violencia inusitada.

Mientras que se revisaban los expedientes de gestantes de las áreas sanitarias de Asturias, se comprobaban posicionamientos de teléfonos móviles y se analizaban cientos de minutos de grabaciones de cámaras de seguridad en busca de movimientos sospechosos de vehículos, los agentes y el personal del Consorcio para la Gestión de los Residuos Sólidos de Asturias examinaban toneladas de basura en el vertedero. Se analizaron los contenedores de los días anteriores al hallazgo del cadáver y también los posteriores. Se hizo un seguimiento especial del grupo de contenedores de la calle Genaro Suárez Prendes en el que fue arrojado el recién nacido y semanas después una línea de investigación empezó a tomar forma al detectar una bolsa de basura igual a la que envolvía el bebé, de una marca y un supermercado concreto. Quedaba saber quién las tiraba en ese contenedor.

Se sucedieron jornadas de vigilancia en torno al depósito de residuos hasta que los investigadores fijaron la vista en una pareja que resultaba sospechosa. Vivían justo en el edificio de enfrente. Lograron saber sus hombres y las redes sociales dieron el empujón definitivo. En una foto del novio aparecía por detrás una mochila idéntica a la que contenía el bebé. El 21 de septiembre, siete semanas después del casual hallazgo del cadáver, salían detenidos del edificio. Se trataba de Silvia Acebal Martínez, de 30 años, y su novio desde hacía siete.

Los padres del bebé. R.C.

No tenían antecedentes, no habían dado ningún problema nunca en el vecindario, y lo más llamativo, a Silvia nadie la había visto embarazada. Y en ese nadie se incluía a su novio. Porque resultó que su pareja, con la que convivía y con la que pasaba gran parte del día, no sabía que estaba en estado de gestación y por lo tanto, tampoco supo, por extraño que pudiera parecer, que Silvia había alumbrado en casa, había matado al hijo de ambos y lo había tirado al contenedor en el que a diario depositaban la basura. Y todo mientras él estaba trabajando.

El joven fue detenido inicialmente pero a los dos días quedó en libertad con cargos. Pocos meses después quedó exonerado en el procedimiento, libre de toda culpa y llegó a ejercer la acusación particular contra la que fuera su novia. Era otra víctima de Silvia, como se acabaría demostrando.

Alumbró sola al niño

Las horas antes del macabro hallazgo transcurrieron con aparente normalidad para la pareja. Él se fue a trabajar por la mañana y ella, en situación de desempleo y con más tiempo libre, paseó al perro. Luego regresó a casa y se puso de parto. Alumbró sola en la habitación y en cuanto nació su hijo, lo mató de la forma más atroz y sanguinaria. Lo metió en unas bolsas de basura y en una mochila de su novio, salió de casa y lo tiró en el contenedor de delante. No intentó ni siquiera desviar la atención arrojándolo una calle más atrás. Se sentía impune y nada ni nadie se iba a interponer en su camino. Hasta que Paulino, un vecino del mismo barrio que vive de lo que se desprenden los demás, se interpuso en ese plan preestablecido de la forma más casual.

El novio de Silvia, ajeno a cualquier circunstancia, como quedó luego demostrado durante el juicio, acabó su jornada laboral y pasó por una gran superficie para comprarle compresas, tal y como ella le había pedido por mensaje. Cuando llegó a casa el chico vio restos de sangre en el suelo y las paredes, pero creyó lo que le decía su pareja: había tenido una fuerte hemorragia porque le había explotado un quiste del ovario. Él mismo limpió los restos y la gran mancha del colchón, donde había parido, no la vio porque ya estaba dado la vuelta y con sábanas limpias. Vivió ajeno a todo hasta el 21 de septiembre cuando la Policía llamó a su puerta. Al día siguiente del alumbramiento y el asesinato comieron con total normalidad en casa de los suegros y a los pocos días se fueron de vacaciones a la zona de Alicante con unos amigos. Durante ese viaje, la mujer llegó a referirse a ese bebé hallado en el contenedor del que todo el mundo hablaba con un mote jocoso.

Silvia Acebal no sufre ninguna patología mental. Así lo determinaron los psiquiatras forenses que evaluaron su estado de salud. «Diferencia el bien y el mal y tiene actos completamente conscientes», concluyeron en el informe, determinante en el juicio para que a la procesada se le impusiera la pena más elevada recogida en el Código Penal. Sí que apreciaron, no obstante, una psicopatía, un rasgo hedonista de su personalidad que le impide tener empatía con cualquier persona o situación. Incluso con su hijo, el que no entraba en sus planes, al que no quería y al que decidió quitarse del medio de la forma más cruenta posible.

La mujer llegó a referirse a ese bebé hallado en el contenedor del que todo el mundo hablaba con un mote jocoso.

Con lo que no contaba entonces esta gijonesa a la que su entorno definió como caprichosa y manipuladora, es que un vecino de su barrio, un hombre que vive de la ayudas sociales y de los desperdicios que arrojan los demás, fuese a suponer un cambio en ese rumbo que ella tenía establecido. Eso, y la investigación de los agentes de la UDEV, que se entregaron con plena dedicación durante los casi dos meses que se prolongó la compleja investigación. Fue uno de los casos más complejos a los que se enfrentaron en su carrera y que les supuso sinsabores (alguno incluso profesional) y noches en vela. Complicado no llevarse a casa la imagen del pequeño cuerpo cosido a puñaladas.

«Mirar de frente al mal»

Explica uno de esos policías, curtido en mil batallas, que «mirar a los ojos a esa mujer era mirar de frente al mal». Nunca habían visto frialdad tal. Tras su arresto, confesó que había matado a su hijo y que ni siquiera su pareja sabía que estaba embarazada. Lo había hecho sola. Su novio se derrumbó completamente cuando los agentes le enseñaron la foto del cadáver del bebé. En ese mismo momento rompió la relación con la que había sido su pareja, un extremo que ella no aceptó, acostumbrada que estaba a manejarlo a su antojo. Fue al parecer ese el motivo por el que después de dos meses en la cárcel sin recibir ni una llamada ni una visita de su ya exnovio, Silvia pidiese volver a declarar para culparle directamente: «Tuve al niño sola en casa, él se lo llevó a la calle y ya no lo volví a ver. No denuncié lo que había pasado por miedo», mantuvo. Nadie la creyó. Ni siquiera su propio abogado.

Fue juzgada por un tribunal popular en mayo de 2021 en la Audiencia Provincial de Asturias. Su declaración fue escueta, únicamente para reconocer los graves cargos que pesaban sobre ella. Ni se inmutó cuando la fiscal desgranó el crimen, el que calificó como «desgarrador» y detalló las lesiones que presentaba el pequeño cuerpo.

La madre, Silvia Acebal, durante la tercera sesión del juicio. Damián Arienza

Silvia Acebal se convirtió en la primera condenada en Asturias con prisión permanente revisable. Pasará en el centro penitenciario el sexto aniversario del día en el que se convirtió en madre y también el día en el que asesinó a su propio hijo. Apenas recibe visitas y se relaciona poco con el resto de presas, muchas de ellas madres que no perdonan un delito así. El que fuera su pareja y padre del niño nunca regresó al piso de Nuevo Roces. Intenta seguir con una vida que quedó detenida en 2019. Cada poco tiempo lleva flores a la tumba de su hijo, ese al que no pudo conocer.

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